Proceso de la Conquista Española en el Perú (2/9)

Locura de amor tropical



Leyendo a Ricardo Herren, que comenta en algunos capítulos sobre el proceso de la conquista española, narra sin tapujo alguno sobre la vida sexual de los conquistadores. Su libro, con mayor razón se titula “La conquista erótica de las Indias”. Desde luego, este fragmento resaltado no es el caso, sino de otra naturaleza: 


«En Túmbez, al extremo noroccidental de la actual República del Perú, uno de los españoles enloquece realmente de una extraña fiebre amorosa: el soldado Alcón, que se deja sorber el seso por los encantos de la cacica Capullana. La jefa indígena había invitado a los españoles a desembarcar y visitarla. Alcón se emperifolla como si fuera a una fiesta en palacio. Túmbez está a poco más de tres grados del ecuador terrestre: no es difícil imaginar lo que sudaría el pobre galán debajo del terciopelo y las calzas. 

Cuando Alcón ve a la cacica su corazón se enciende y comienza a dar profundos suspiros. Al término de las ceremonias de bienvenida ofrecida por Capillana, el soldado de Pizarro ya había enloquecido de amor por ella y sufría ante la perspectiva de tener que abandonar a la inspiradora de sus desgarrados suspiros y deliquios amorosos. Rogó al capitán que lo dejase en aquella tierra -cuenta Herrera-. Y porque lo tenía por de poco juicio no quiso, pareciéndole que alteraría a los indios. Alcón lo sintió tanto que luego perdió el seso, diciendo a grandes voces: "Bellacos, que esta tierra es mía y del rey mi hermano y me la tenéis usurpada". Y con una espada quebrada se fue para la gente. El piloto Bartolomé Ruiz le dio con un remo y cayó al suelo. Lo metieron debajo de la cubierta con una cadena y así estuvo por entonces...» (...)

De todos modos, el pobre Alcón perdió la amada y la cabeza, pero salvó la vida. Un soldado, Alonso de Molina, y un marinero, Ginés, también quedaron fascinados con los encantos de las tumbecinas, pero obraron con mayor cordura: le pidieron autorización a Pizarro para quedarse en Túmbez y éste se la dio. Sus compañeros nunca más volverían a verlos con vida.» [4]


Este mismo episodio lo confirma Alejandro Barco López, que habla sobre el encantamiento que le hicieron a Alcón para que terminara loco y sufrido de amor: 


«Víctima de un "encantamiento" fue también Pedro Alcón, (uno de los trece de la Isla del Gallo), quien, integrando una comisión presidida por el tesorero Nicolás de Ribera, bajó a tierra en un "paraje" que los españoles llamaron Santa Cruz, cerca de Tumbes; fueron agasajados por la Capullana de la región, una gentil señora llamada Achira, que les ofreció un banquete, dándoles de beber "en un vaso, diciendo que se usaba en aquella tierra tratar así a los huéspedes". El final fue que Pedro Alcón quedó perdidamente enamorado de la Capullana; y rogó al capitán que lo dejase en tierra". Pizarro no aceptó "pareciéndole que alteraría a los indios". El resultado fue que Alcón se volvió loco, "perdió el seso", insultando a Pizarro y a sus compañeros. Fue reducido a viva fuerza, encadenado, encerrado en una bodega del navío y llevado a Panamá.» [5] 


También Barco se refiere a los otros dos españoles encandilados por los encantamientos de las tumbesinas: 


«Otros "encantados" fueron Alonso de Molina y el marinero Ginés Fernández; como sabemos, Molina fue el primer español que llegó a Tumbes, y quedó "espantado" de las riquezas y tesoros del templo del Sol con sus planchas de oro, de la fortaleza y edificios de piedra, de la casa de las "mamacona", con sus tesoros y jardines, y fascinado por "las indias hermosas y galanas" que le obsequiaron frutas. En fin, Alonso de Molina vio y relató tantas maravillas, que tanto él como el alucinado marinero Ginés "pidieron licencia para quedarse entre los indios de Tumbes, adonde se entretendrían, hasta que placiendo Dios volviese a poblar". Francisco Pizarro dio licencia a Ginés y lo encomendó a los indios que ofrecieron de tratarle bien. Ginés se quedó en Tumbes y el "encantado" Alonso Molina tomó su hatillo y también se quedó en Tumbes...» [6]


Estos dos personajes, en efecto, fueron de los primeros en desembarcar a la altura de Tumbes, para ir en busca de datos. Por lo visto ya estaban hastiados de navegar y hacer vida común con los Trece del Gallo. Alonso de Molina fue enviado para ver qué encontraba. Pero de vuelta a la nave donde estaba Pizarro y compañía, no le creyeron nada de lo que contaba. Así que Pizarro escogió a otro para que averiguara más. Escogió a Pedro de Candia, que era más sensato. De igual manera fue invitado a un banquete, luego de ver “las maravillas” de la tierra que pisaba. Barco López nos explica cómo se dio el fenómeno de los encantamientos, ya que la brujería no es un tema ajeno para él, y nos detalla lo siguiente: 


«Uno de nuestros aukikuna nos dijo que algunos amigos indios le habían referido que durante el banquete ofrecido a Candia, las libaciones fueron muy abundantes; y que el calor sofocante incitaba a beber en demasía. Que los laycas sabían administrar, muy sutilmente, bebidas especialmente preparadas, de efectos soporíferos; y que Candia quedó sumido en un profundo sueño, durante el cual vió las grandes maravillas que después refirió. Los laycas lo hicieron caer en un verdadero "trance"

(...) nosotros debemos agregar lo que dicen los aukikuna; pues, tan pronto se tuvo noticia de que misteriosas naves con extraños tripulantes merodeaban frente al litoral norteño, los huancahuillcas y los chimús noticiaron a las autoridades incaicas y al mismo tiempo enviaron mensajeros a los sacerdotes de Pachacámac y Rímac, para que éstos consultaran con sus huacas. Y las huacas dijeron que, por cualquier medio, se atrapase a algunos de los extraños navegantes, si acaso osasen desembarcar en algún punto de litoral, lo cual sucedería, seguramente, en Tumbes. Además, en dicho lugar residían algunos "laykas" altamente especializados en sugestionar a la gente, y en hacerles ver, mediante sutiles prácticas de magia, lo que los "laykas" quisiesen que viesen. Para ello era necesario preparar anticipadamente a los sujetos empleando ciertas yerbas y semillas de misteriosas propiedades, que suministradas en las bebidas o a manera de incienso, debidamente conjugados, producían efectos de hipnosis, que los brujos llaman laykay (encantamiento).» [7]


No solo era cuestión de embrujar a los extraños navegantes, sino incluso consultar a las huacas, que eran utilizadas para saber los designios del destino, el pasado o el futuro. Hoy en día las vemos como un conjunto de ruinas de barro, que no llama mucho la atención. Pero para esos tiempos, eran lugares donde concurrían gentes de todas partes, para una consulta sobre el futuro o predicciones para los próximos años.

Lo que muy poco, o casi nada dicen la mayoría de los historiadores, la brujería era moneda corriente en los tiempos anteriores al de los Incas. Los chamanes de hoy en día, son herederos de una cultura menospreciada y vista con suspicacias. Puede que haya cambiado algunos ritos y variado las herramientas, pero las “mesadas” se practican tal cuales son, desde tiempos ancestrales. Los laycas del relato anterior, eran los brujos que sabían de pócimas y medicina natural. 

Siguiendo con la historia, Pedro de Candia retornó al barco donde estaba Pizarro y los demás. Confirmó lo que había visto Alonso de Molina, y le creyeron. Para muestra, trae algo impensable: 


«Se dice que Candia presentó a Pizarro una tela que contenía un rudimentario plano de la ciudad de Tumbes.» [8]


Lo del plano es muestra que había, así sea de manera rústica, escritura. Cuánto tiempo se ha pensado que los antiguos peruanos no sabían escribir. No es novedad. Era una táctica de borrar todo rastro de inteligencia superior, para presentarlos como bárbaros que debían ser evangelizados y servir a la Corona española. Recordemos que en ese tiempo reinaba Carlos V, el que años más tarde de la Conquista, dijo que en sus dominios nunca se ocultaba el sol, en clara referencia que mientras España dormía, en América era de día. 

Antes de pasar a otro tema, mencionaremos un episodio que le pasó a Alonso de Molina, cuando pisó tierra. Lo que van a leer a continuación no es racismo, sino un encuentro que pinta como si fuera un encuentro cercano del tercer tipo:    


«La presencia en Tumbes de un blanco y un negro causó enorme revuelo. "Al español mirábanlo cómo tenía barbas y era blanco"; y al negro "como lo veían negro, mirábanlo, haciéndolo lavar para ver si su negrura era color o confección puesta".  

El español que corrió tal aventura era andaluz, se llamaba Alonso de Molina. Lo hicieron pasear por la población y lugares aledaños. "Vio muchos edificios y cosas de ver en Tumbes". Y el negro "andaba de uno en otro, que lo querían mirar como cosa tan nueva y por ellos no vista".» [9] 


Algunos de los conquistadores no vinieron solos, sino con sus esclavos. Para el siglo XVI la esclavitud era cosa corriente. Los tumbesinos, ingenuos, se sorprendieron sobre todo, al mirar al esclavo negro, y lo hicieron lavarse para ver si se le iba el color o así era. Para ellos era la primera vez que veían a un negro de África. 

A estas alturas, Pizarro ya había recopilado lo que quería y tenía que irse a España, a pedirle permiso al Rey para que le extendiera el título de gobernador, en nombre de la Corona Española. Y no solo eso, sino preparar una expedición grande para realizar el tercer viaje, que sería el definitivo para iniciar la Conquista. Todo ese trámite le tomaría 4 años para regresar. Ricardo Herren nos comenta algo más al respecto: 


«(Después de cuatro años) llegan a Túmbez, donde buscan en vano a los dos españoles que allá se habían quedado. El marinero Ginés, les dijeron, había sido muerto en el pueblo de Cinto “porque miró a una mujer de un cacique”, afirma Diego de Trujillo (uno de los de la hueste perulera). Molina, por su parte, se había pasado a la isla de Puná, donde lo convirtieron en capitán de guerra para luchar contra los de Túmbez y contra los indios chonos. Estos últimos lo habían matado mientras el español estaba pescando.» [10]


¿Cómo hicieron los españoles para entenderse con los tumbesinos? Recurriendo al lenguaje universal de la humanidad: los gestos y las señas. Con el tiempo, ambas partes irían aprendiendo algunas palabras básicas para seguir con la comunicación. 


Notas:

4. HERREN CROSIO, Ricardo, La Conquista erótica de las Indias, pp. 208-209.

5. BARCO LOPEZ, J. Alejandro, Los tesoros de Pachacámac y Catalina Huanca, Segunda Parte, I. Hacia Tumipampa y Quito, pp. 225-229.

6. Ibidem.

7. Ibidem.

8. Ibidem.

9. BARCO LOPEZ, J. Alejandro, Ob. Cit., Segunda Parte, I. Hacia Tumipampa y Quito, pp. 223-224.

10. HERREN CROSIO, Ricardo, Ob. Cit., pp. 210-211.


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